~FUGA PRIMA~

1. Partida

Reunímonos, en fin, e logramos facer equipaxe, nada fácil dadas las especiales condiciones que requieren tales trámites de viajera trovada.

Ficimos paquetes e preparamos albarcas e bolsas que non poco es en suma, sino condición indispensable a todo pobre, e no de trovadores que pudieren transportar en improvisadas alforjas las más variadas mercancías, que al fin la de pícaro, sopista, juglar y studiante, a más de esotros epítetos segund especialidad, han de ser transportados.

Asimos bultos et lleváronnos a la estación, dó, y tan sólo como inicial privilegio e transporte al punto de partida, habríamos de tomar un tren o ferrocarril, segund modernísima nominanza.

Fízonos tarde e tarde conseguimos ascender al locomotivo medio con la desventaja consiguiente dimanada de la necesaria muchedumbre que por aquestas fechas principales es transportada.

Lleno había de estar todo, e no más lleno lo dejamos, a salvo de la carga que ya reseñada se ha anunciado.

Y ansí tan sólo el descansillo del férreo carruaje sería humanitario dando albergue a bulto et estudiante, a los que nocturna e secretamente guiaría al punto de partida.

De lo que entonces acaescióse, fablaré en el siguiente capítulo.


2. Tren

Tan parco seré en explicaciones cual lo fuere en comodidades el ferrocarril, pues hobimos de viajar amontonados en el mentado descansillo.

Y no era éste punto poco principal, pues hallábase un retrete adjunto, paso por tanto obligado a necesitados acusoso e más sólidos o defecantes, habiendo de sofrir las aromáticas inclemencias, harto ahunadas por las tormentosas ventosidades de quien omitir quiero, pero a quien el recuerdo sonroje y señale con su índice por siempre.

Ochenta minutos de retraso tomóse la férrea diligencia pues que salióse una hora e veinte minutos después de la media noche, e con el retraso mismo llegaríamos a nuestro destino.

Cenamos amplia e repetidas veces et aceptamos los líos inevitables de ciertos emigrantes andaluces, jóvenes de edad pero ya secos de seso, que repetían viaje de vuelta desde Cataluña, a más de la consabida soldadesca que puebla los caminos.

Hacia las diez horas de la amanescida del día, apeámosnos en la villa de Manzanares.



3. Manzanares

Decir Manzanares o cualquier noble palabra dedicada al agradescimiento físico del viajero, et ansimismo espiritual: difícilmente desfraternables alma e cuerpo, sería al caso, pues que a poner pie en la cantina e a merecer canciones fue cosa misma et fecha.

Cansados cual estábamos e mostrábamosnos, y a poco enemistados con Morfeo, fuimos requeridos dando nota por la cantinera e algunos parroquianos, tras facer propios unos desayunos con pastas locales.

Un cartógrafo destacado a la sazón por aquestos lares, e perteneciente a la rondalla de Magisterio de Madrid, Escuela Blasco Vilatela, llegóse hasta nos e cúpole la extraña e única gloria de dejar impreso en nuestras hojas algunos borrones, pues que a nadie fueron éstas escatimadas, como comprobarse podrá con tan sólo facer vistazo a páginas ulteriores.

Fuése e brindó cantinera, hermana, camarera e hasta tres parroquianos que allí encontrábanse e de los que aceptamos un par de rondas de anís süave por ser primeras horas, e a todos ellos dedicamos las dos canciones entonadas, si bien pocos pudieron percatarse de tal fecho

Consumadas las que se intitulan “Rondalla” e aquesa otra de “Santiago”, obtuvimos permiso para desahogarnos de bultos prestos a realizar una primera avanzadilla por la urbe.

Fízose presentación del Libro e firmaron cual testigos un amplio grupo de ferroviarios que a recibirnos llegáronse de todos puntos del apeadero, como gentes de importancia que parescíamos.

Dejamos atrás la estación y salimos a una avenida limitada por árboles, et en una de sus calles dimos con bodega o ultramarinos que cambiónos el vino de Valencia, con le que fabíamos llenado la bota nueva, por un Solera lugareño, pues que el primero, e por la mala adecuación del recipiente, habíase tornado con el gusto del pellejo.

Ya en el centro demandamos por el alcalde e a poco dimos con el médico, don Emiliano, quien desde los años ciencuenta encontrábase en el lugar. Era su especialidad el aparato digestivo, e había acudido a las licciones dictadas por el doctor Jiménez Díaz, afamado e dinno médico nacional. Un copioso fruto de ocho hijos e mansión tal que maravillónos en el centro de la villa. Gran fablador e cicerone, tocado del gracioso don de la hospitalidad, obsequiónos con gruesos tacos de jamón e queso con que llenamos nuestras vísceras, a tal efeto diseñadas por Natura para hacer no poco sitio a los regalos exceptos, dando a la par buena cuenta de un vino blanco Yuntero con que empujábamos lo engullido.

Acompañónos al Ayuntamiento dó habíase personado ya el Alcalde a instancias nuestras, pues de camino a casa de don Emiliano habíamos conversado con su esposa e puéstola en antecedentes de nuestro requerimiento.

Recibiónos e firmó, mas con un poco de reserva, e como paresciése quel libro fuése destinado a la edición continuada, más como documento que como relato de jornada e aventuras, esmeróse al fablar e cuidóse en la dedicatoria.

Cuenta Manzanares con unas dieciseis mil almas y sus fuentes de ingreso, hasta hoy únicamente debidas al vino, hánse visto incrementadas por la industria, con la instalación de fábricas de colchones e baterías.

Con todo, e debido según paresiónos a divergencias políticas, el señor alcalde, maestro e abogado que se era, manteníase dificultosamente en su puesto.

Causónos buena impresión el lugar, bonito e bien emplazado, ubicado en cruce importante de caminos, a más de poseer una residencia sanitaria, Virgen de Alta Gracia, que viene a ser como el oasis que dá todavía verde al reseco e infinito horizonte de la actual Medicina.

Catorde horas después de nuestra salida, cuatro de Tránsfuga, retomamos bártulos e abandonamos la cantina, despidiéndonos hacia la carretera que marca la aguja de la iglesia de la plaza Mayor, cuya foresta, por asombroso que parecer pudiera, la constituían una imponente hilera de palmeras mediterráneas.

4. Comida e camino

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Veníamos cargados de ánimos e hambre, ansí como de imperiosas necesidades animales, por lo que a la salida de Manzanares detuvímosnos junto a unos árboles que formaban parapeto al arroyuelo que entre ellos dicurría, do refrescamos una de las botellas de Yuntero, presente de don Emiliano.

Al sol magnífico de la tarde, e ya satisfechas todas las necesidades, pasamos a fraternizar con el Sueño, pero con tal celo, que vinimos a despertar a pocas horas del anochecer.

Desmontamos el campamento e iniciamos ruta hacia Moral de Calatrava, a unos veinticinco kilómetros, ansiando et esperando en la obsequiosa parada et ayuda de humano conductor que, como nos, pasase por tal punto e destino.

Andado que habíamos un par de millas, fizo mella en nos la sed e acercámosnos a dos labriegos que a punto de marcha e sin salir del carruaje, ofreciéronnos agua fresquísima de su botijo, lo que agradescimos de corazón.

Repleto como estaba el carruaje de leña e con la dirección opuesta a la que nos ocupaba, difícilmente pudieron facer más por nos.

Reanudamos la marcha e fuimos comprobando cómo alejábase la espalda de Fortuna, que no contenta con dárnosla primero, alejábase agora, quizá por retirarse a descansar, que ya el sol nada facía por eludir su horizonte et ocaso, siendo reemplazado por una llena y descarada luna e un mal encarado e molesto viento de poniente quien no encontraba en su marcha más obstáculo que nuestro cuerpos, e con nos cebábase.

Fízose frío con su trato el aliento de Eolo e dimos en cobijarnos do posible fuera.

E lo fue tan sólo a medias, que todo nos fue negado salvo la ruinosa estructura de una casa, que lo había sido, huérfana de tejado e con tantos hermanos de puertas e ventanas, que más parescía que éstos ya estaban aquí cuando vinieron las piedras a situarse en casual disposición como la que agora presentaba.

Dejónos fortuna, a más de los grandes ventanales et el mucho cielo, una puerta al este, otra al nordeste et un redondo orificio que miraba al oeste muy fijo, por si hubiéramos menester de ver algo en el exterior, e por ello no hubiéramos de abandonar posición. Dos árboles de prodigiosa presencia, e únicos en el paisaje foeron más humanitarios e ofreciéronnos sus ramas bajas, ya secas porque pudiéramos sobrevivir.

Majuelos de cepas rodeaban la casa, únicamente interrumpidos por la presencia de un caminillo de aviso trazado que se llegaba a la carretera principal abandonada cuatro y cientos metros más allá.

La argéntea faz de Selene alumbrónos e vigilónos descaradamente, e hobiera jurado que miraba sorprendida cómo afanábamosnos por trasponer el umbral desta tránsfuga ya iniciada, culminando la Fuga Prima, tal era la situación aquí abajo...


Ya el sol esconde sus rayos
el mundo en sombras vela,
el ave a su nido vuela.

Busca asilo el trovador...